Declive 1982- 2011
La situación
había cambiado por completo a inicios de los años ochentas. Parecía que por fin
el llamado “modelo” sacaría a los chilenos de la pobreza y por doquier se veía
una inundación de productos importados. Quilmuy no era la excepción. La gente
estaba comprando televisores (¡de color!), lavadoras, zapatillas Nike, relojes
digitales, y un sinfín de cosas importadas principalmente de Japón y Corea.
También llegaba calzado barato de Brasil y hasta textiles de la India. La gente
parecía olvidar los años pasados, cuando el “modelo” había hecho quebrar a las
pocas fábricas que sobrevivieron el ajuste del año 76, y cuando la libertad de
precios, única permitida, dejó a muchos en la pobreza.
Pero Quilmuy
tenía sus recursos. Los asentamientos creados por las reformas agrarias se
mantuvieron en manos campesinas, y a cada familia se le entregó un pedazo de
tierra. La fértiles tierras del valle en donde crecían las paltas, las
chirimoyas, las manzanas y la uvas dio
trabajo y comida a la gente. También la cementera, de la cercana Tungal,
comenzó a crecer. Y si bien a veces el polvo invadía al valle, la gente no se
quejaba pues todos tenían un pariente, un hermano, un primo o un compadre en la
industria.
Ya nadie se
acordaba del su noble origen como ciudad de veraneo de los poderosos de inicios
del siglo XX, que consideraban que su aire puro alejaba la tuberculosis.
Felizmente el mal era historia, pues el polvillo de la cementera destruiría
cualquier ilusión de aire puro.
La gente prefirió
olvidar. Como si nunca hubiese habido organización campesina, como si los
sindicatos hubiesen sido solo un sueño, y las marchas y los himnos y el Liceo
Nocturno Popular que alcanzó a alfabetizar a tres mil campesinos en un año,
utilizando el método de Paulo Freire y que, por cierto fue inmediatamente
clausurado el mismo día del Golpe.
Por Quilmuy
pasaban, veloces, los automóviles rumbo a Viña o a los otros balnearios y el
verano y su Festival enloquecía a los jóvenes que organizaban viajes especiales
para ver a las luminarias bajo la luz de las antorchas. Por años se habló de
Bigote Arrocet y de Julio Iglesias.
Alguna emprendedora comenzó a vender empolvados con gran éxito en la
carretera y pronto se abrió toda una industria artesanal que llevaba dulces a
los pasajeros que iban a la costa. “Vamos bien, mañana mejor” decía el slogan y
salvo el fugaz recuerdo de que algo triste había pasado hacía algunos años,
parecía que íbamos bien.
Hasta que
llegó la crisis. El dólar, antes barato y accesible se encareció de un día para
otro. Y como siempre, llegó el momento de las medidas de austeridad. La
cementera paró, las exportadoras de frutas dejaron de trabajar, y hasta los
turistas ya no pasaban en el verano, dejando a las vendedoras de dulces con sus
canastos al sol, escapando de las únicas interesadas, las moscas.
En 1980, al
amparo de una nueva Constitución plebiscitada que alcanzó el 90% de aprobación
popular, se declaró la doctrina de la libertad de enseñanza, sosteniéndose que
el principal responsable de la educación no era más el Estado, sino la familia.
Y se inició una política de entrega de los establecimientos escolares a las
Municipalidades que pasaron a ser sostenedores, al igual que cualquier
particular que decidiese abrir una escuela y solicitar subsidio por cada
estudiante que asistía. Es decir, dejó de financiarse la oferta y se comenzó a
financiar la demanda.
Entre 1982 y
1990 el efecto de las nuevas reglas del juego se hizo notar lentamente en el
Liceo de Quilmuy. La dueña de la principal “disco” de la ciudad, abrió con
bombos y platillos un establecimiento de nivel medio al que llamó Saint Patrick Irish School y que fue
inaugurada por un famoso educador irlandés. Algunos de los estudiantes de
familias más acomodadas migraron hacia allá, atraídos por los llamativos
uniformes y la promesa de computación e inglés obligatorio.
El modelo de
financiamiento de la educación municipalizada unido al Estatuto Docente que
implementaron después de 1990 los gobiernos democráticos recién asumidos, si
bien protegieron al magisterio de los despidos arbitrarios y las bajas
remuneraciones tuvieron el efectos no deseado de encarecer los costos de la
actividad docente del Liceo. En cambio,
el Saint Patrick y luego otros cinco colegios que vieron la luz, pudieron, con
igual financiamiento, pero sin las ataduras del Estatuto, ofrecer toda clase de
apoyos y talleres. Más tarde, en 1994 se les permitió solicitar una aporte
directo a las familias con lo cual dispusieron de más recursos aún.
Unido a lo
anterior, a los establecimientos se les comenzó a evaluar mediante pruebas
estandarizadas cuyos resultados fueron dados a conocer profusamente por la
prensa. Dada la diferencia de recursos, y la creciente migración de los alumnos
con mayor capital social y cultural desde el Liceo a los colegios, los
resultados del liceo fueron francamente malos.
Pese a que
la actividad económica comenzó a repuntar a partir de los años noventas, el
perfil de los estudiantes del Liceo fue, en su mayoría, de hijos e hijas de
familias pobres y aún vulnerables. En vista de ello, y con el fin de atraer más
estudiantes, la Municipalidad decidió
transformarlo en Liceo Polivalente, creándose las especialidades de repostería,
secretariado y técnico en computación. Con dificultades y a disgusto de un
grupo importante de profesores y profesoras, el Liceo entró a ofrecer jornada
completa. Un ex alumno, arquitecto, hizo un diseño magistral en el que se
reconocía el carácter señero del establecimiento, con materiales y motivos
regionales cuya construcción fue financiada por completo con fondos que aportó el
Ministerio de Educación. Los profesores y profesoras que tenían clases en otras
escuelas de la ciudad se vieron obligados a concentrarse, viendo afectados sus
ingresos, aunque para las madres trabajadoras la jornada escolar completa vino
a resolver la preocupación de tener que dejar solos a sus hijos e hijas,
encerrados en casa ya que por algún motivo, las calles comenzaron a ser
peligrosas.
Pese a ello, la matricula continuó
descendiendo, y se perdieron prácticamente todas las familias de clase media. Los
resultados de las evaluaciones estandarizadas se mantuvieron francamente malos. Para peor, en el Liceo la convivencia entre los estudiantes mostraba preocupantes signos de deterioro, incluso hubo casos de bullying y en Youtube apareció un vídeo de una violenta pelea en el parque. El Liceo, otrora orgullo de la ciudad, parecía irremediablemente perdido.